domingo, 21 de agosto de 2011

BALACERA EN TORREON... EN PLENO PARTIDO... EN EL ESTADIO DEL "SANTOS LAGUNA"...

Estadios sitiados en México...

Es una nación sitiada. Una nación inocente usurpada por una guerra civil. Violencia engendra Violencia. Miedo engendra miedo.

El Centro de Investigación y Seguridad Nacional de México (Cisen) reportó tan sólo en los primeros 10 meses de 2010 un total de 27 mil asesinatos, la mayoría de ellas relacionadas con el narcotráfico.

El futbol mexicano vivió una tarde estremecida por la violencia, esa que aún parecía limitada a esquizofrénicos en la cancha, teniendo como monumentos aviesos y aberrantes, a tipos como los jugadores de Cruz Azul, José de Jesús Corona y Chaco Giménez, y el preparador físico del Morelia, Sergio Martín.

Aquella escena dantesca de la semifinal del torneo anterior, parecía una pesadilla accidental, un hecho aislado. Una conflagración que nacería, crecería y moriría como todos los actos nefastos y funestos en el deporte, es decir, apenas unos minutos de vida, y unas horas más en el morbo de ver saltar la guillotina de ocasión.

Este sábado la violencia que asola a un país irrumpió en territorios que parecían prohibidos. Como todas las plagas más deplorables del planeta, penetró embozada, emboscando a inocentes.

Violencia en Torreón. Reportan detonaciones durante más de cinco minutos con armas de alto poder en la periferia del escenario, de ese estadio maravilloso recién construido que termina siendo en lugar de un monumento al futbol un mausoleo para el balompié. Era el minuto 40 de la primera mitad cuando el caos desembocó.

La histeria se desbocó en todos los terrenos. Dentro y fuera del estadio. Dentro y fuera de la cancha. Surgió, sin embargo una gratísima reacción de la misma afición que recuperó rápidamente la calma.

Felipe Baloy, zaguero de Torreón, fue el primero que reaccionó tirándose al césped, y enseguida los jugadores huyeron hacia el vestidor, para después ir en busca de sus familias.

Y también violencia en Querétaro, tras la derrota de su equipo ante Jaguares. Violencia en la tribuna, violencia hacia los jugadores, violencia afuera del estadio.

Y como en Torreón, los jugadores estaban consternados por la seguridad de sus familiares, preocupados por la serie de agresiones en la zona donde normalmente los acomodan para seguir el encuentro.

Es evidente que en una nación en la que organismos no gubernamentales reportan más de 53 mil muertes por asesinato en los últimos 18 meses, era inevitable que como onda expansiva en la sociedad, penetrara a los estadios.

Grave lo es ya también cómo algunos medios de comunicación intentaran ocultar los hechos. TV Azteca interrumpe abruptamente su transmisión, luego de las primeras imágenes subyugantes y dantescas que se origina del estadio de Santos, y en una reacción lamentable, casi ridícula, coloca un programa cómico, pensando que de esa manera, tras sembrar la inquietud, provocaría un efecto de catarsis. Lo que hizo fue perder credibilidad.

¿Qué viene? Una reacción inmediata. Urgente. Valerosa. Valiente. Inteligente.

Ojo no por el bien del futbol, no para proteger el deporte, no para proteger el espectáculo solamente, sino para dar tranquilidad social.

Surgirán necios, gobiernistas, oficialistas, fantoches del autoengaño que querrán negar la gravedad de la situación, pero la suma de dos hechos tan alarmantes, especialmente el de Torreón, dejan en claro que son necesarias medidas drásticas y dramáticas.

El problema es quién puede regular. ¿El gobierno de México? Su impotencia es evidente cuando las calles de 162 municipios solamente fueron escenario de 22 mil 701 crímenes apenas de enero a julio de 2010 según cifras oficiales del mismo Centro de Investigación y Seguridad Nacional de México (Cisen).

¿Las autoridades futbolísticas? No debe partir sólo de ellas. De por sí han hecho esfuerzos insuficientes. Le han puesto fomentos y chiqueadores a un problema que estaba latente, agazapado.

Queda claro que en una FMF en la que ingresan 326 millones de dólares en cuatro años, parte de ese dinero debe destinarse, necesariamente a las garantías plenas para la afición, en torno al espectáculo más popular de México.

Irónico: el futbol estaba convertido en un vehículo de distracción, de compensación, de relajación, ante los crímenes consignados diariamente en el país, y ahora la violencia por motivos deportivos o no, ha usurpado los estadios.

¿Qué hacer?

1.- Tomar medias inmediatas como aumentar vigilancia.

2.- Crear múltiples anillos de revisión en torno a los estadios, para impedir que cualquier tipo de arma ingrese a los estadios.

3.- Cancelar la venta de bebidas alcohólicas.

4.- Instalar cámaras de seguridad en todos los estadios. ¿Qué es costoso? Seguramente, será más costoso que la gente acuda a los estadios. De por sí, se aleja ya ante la pobreza del espectáculo, para que ahora, además de los bostezos, el terror, el pánico, termine de ahuyentarlo.

5.- ¿Habrá necios y apóstoles de la mentira a sueldo que dirán que no pasa en todos los estadios todavía? ¿Es necesario que se convierta en epidemia para actuar? Queda claro que no.

Sin embargo, como reflejo también de las reacciones acobardadas del gobierno mexicano, es de esperarse que las reacciones de la FMF sean en el mismo tono: pusilánimes, timoratas, cómplices.

Debe quedar claro: si la violencia no se combate, se tolera, y entonces se fomenta y se prohíja.

Esta sentencia de Ghandi es brutal, pero irrefutable: "si hay violencia en nuestros corazones, es mejor ser violentos que ponernos el manto de la no violencia para encubrir la impotencia".

Porque él mismo había dicho: "Para una persona no violenta, todo el mundo es su familia".







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